Sonisphere 2013, heavy metal al cubo

Bruce Dickinson, el frontman total. Foto de Eduard Tuset.

Bruce Dickinson, el frontman total. Foto: Eduard Tuset.

01/06/13. Parc del Fòrum (Barcelona). 24.000 personas aprox. Promotor: Last Tour International

Cuatro años después de la primera edición del Sonisphere en 2009, encabezada en aquella ocasión por Metallica, el festival ha regresado este pasado  verano a Barcelona; una buena noticia para la amplia comunidad de fans del género de la capital catalana, bastante huérfanos en cuanto a eventos de este tipo. El espacio elegido: el mismo que en 2009, lugar asociado tradicionalmente a otros estilos musicales –en el Parc del Fórum se celebran también el Cruïlla y, sobre todo, el más multitudinario Primavera Sound, cita de peregrinación indie por antonomasia-.

Dos cambios importantes: aquí los modelos –disfraces- fashion y los looks hipster multicolor dejaron paso a las camisetas serigrafiadas, las mallas, el cuero y el negro generalizado –algunos disfraces también se vieron, por supuesto-. Y, por suerte, y pese a la fresca brisa marina, no se produjo la gélida oleada polar que sacudió el Primavera la semana anterior. De hecho, a las tres de la tarde, hora de inicio del Sonisphere, aquello parecía una árida tarde de agosto en el sur de la península. Aún así, fueron bastantes quienes se acercaron a ver el concierto de los ingleses Voodoo Six, quienes presentaban su último disco, “Songs to Invade Countries To”, y cuyo stoner rock obtuvo una buena respuesta.

October File les cogieron el relevo en el sufrido papel de tocar a pleno sol. Su descarga también cuajó, eso sí, el primer grupo con el que se empezó a sentir una verdadera comunión fueron Red Fang. Ya les habíamos visto en la gira de Mastodon y superaron la prueba con nota. El escenario no se les quedó grande y su stoner-sludge sureño se desarrolló con naturalidad y contundencia ante una audiencia, en general, más clásica: “Malverde”, “Throw Up” –uno de sus mejores cortes- o la pegadiza “Wires” arrancaron efusivos aplausos. Tras ellos, cambio de tercio con Tierra Santa, cuya amplia legión de fans coreó tema tras tema. Entre Red Fang y Newsted, fue ciertamente una actuación desubicada, aunque las finales “Legendario” o “La canción del pirata” generaron una buena reacción general.

Jason Newsted recreando el sonido de los primeros Metallica. Foto: Eduard Tuset

Jason Newsted recreando el sonido de los primeros Metallica. Foto: Eduard Tuset

Había morbo (sano) para ver al exMetallica Jason Newsted con su actual banda, bautizados sencillamente como Newsted. Y la verdad es que su propuesta encajaba a la perfección en el cartel. Sin embargo, su réplica de la fórmula de los primeros Metallica acabó derivando en una reiteración vacía y algo aburrida. Newsted lideró bien –las tablas, sin duda, las tiene- y nos hizo viajar a la etapa de mayores cambios de su exbanda; de hecho, terminó con un fragmento de “Creeping Death” y con una explosiva “Wiplash” que remontó algo su floja actuación.

Los suecos Ghost, por su parte, jugaban el importante papel de tocar justo antes que Iron Maiden. Cumplieron. Su teatral propuesta fascinó a los neófitos, desencajó la cara de algunos –los menos- y deleitó a los fans. Algo fríos –su apuesta luce mejor en oscuros clubes-, su show fue escalando enteros en cuanto a sonido y complicidad con el público, desde “Con Clavi Con Dio” hasta “Secular Haze”, la rítmica “Year Zero” o la enorme “Ritual”. Los teclados tuvieron tanta presencia como las guitarras, y la limpia y melódica voz del Papa Emeritus II inquietó e hipnotizó a partes iguales. Ascendentes.

Papa Emeritus II, maestro de ceremonias del maléfico ritual de Ghost. Foto: Eduard Tuset

Papa Emeritus II, maestro de ceremonias del maléfico ritual de Ghost. Foto: Eduard Tuset

Y llegó el momento de la Dama de Hierro. Resulta curioso: como el buen vino, Iron Maiden parecen mejorar con los años. De hecho, algún compañero de profesión que los vio en la época del “Maiden England”, rememorada en la presente gira, afirmaba que ahora están mucho mejor: más rodados, más relajados, más profesionales y mejores en directo. Razón no le falta: lejos de las tensiones internas de finales de los ochenta –que desembocaron en la salida temporal de Bruce Dickinson-, la banda disfruta en el escenario como nunca, con una entrega y una sonrisa casi perennes, y resulta inevitable no contagiarse de las buenas vibraciones y del torrente de energía que emana del escenario.

El arsenal de clásicos –no solo de la banda, sino del heavy metal como tal- fue imparable: desde una largamente añorada en vivo “Moonchild”, la hímnica “Can I Play With Madness” o las inesperadas “The Prisoner” y “Afraid to Shoot Strangers” –bella-; hasta “2 Minutes to Midnight”, “The Trooper”, “The Number Of The Beast”, “Run To The Hills”, “Wasted Years”, una teatral “Seventh Son Of A Seventh Son” –el interludio progresivo nos puso la piel de gallina-, “The Clairvoyant”, “Aces High”, ”The Evil That Men Do o “Running Free”. Por no hablar de las llamaradas, los lienzos con ilustraciones, las figuras de cartón piedra, las carreras de Dickinson y sus inimitables gritos de “Scream for me Catalunya”, o el omnipresente Eddie –tanto el de a pie como el giganteso que emergió de detrás del escenario-. A estas alturas, todos los espectadores de mi sector estaban ya tan felices como afónicos de tanto cantar y corear estribillos y más estribillos bigger than life.

Joey Belladonna, de Anthrax, recordando a Jeff Hanneman y a Dimebag Darrell. Foto: Eduard Tuset

Joey Belladonna, de Anthrax, recordando a Jeff Hanneman y a Dimebag Darrell. Foto: Eduard Tuset

Tras Maiden, Anthrax no se acobardaron. El suyo fue, quizás, el sonido más potente de la jornada. Tríada de clásicos ochenteros para empezar: “Among The Living”, “Caught In A mosh” y “I Am The Law”, con Scott Ian brincando con su inconfundible estilo, y ya nos tenían en el bolsillo. Con dos paneles a lado y lado con las caras de Dio y Dimebag Darrel, la reivindicación del metal y el hard rock siguió con su versión del “T.N.T.” de AC/DC, “una de mis bandas favoritas”, aseguró Ian poco antes de enseñarnos el tatto de la banda que lleva en el brazo. De la recta final destacaron “Indians” y las festivas y más punk “Got The Time” y “Antisocial”, así como sus primeros flirteos con el hip hop (“I’m the Man”) y un fragmento de “Reign In Blood” en homenaje al fallecido Jeff Hanneman. Se nos hizo corto.

Dave Mustaine entregado a uno de sus imposibles solos de guitarra. Foto: Eduard Tuset

Dave Mustaine entregado a uno de sus imposibles solos de guitarra. Foto: Eduard Tuset

Megadeth, que en las últimas ocasiones nos habían sabido a poco, dieron la sorpresa con un sonido rotundo y una puesta en escena espectacular apoyada en los impactantes y sincronizados montajes audiovisuales de tres grandes pantallas. El setlist empezó algo errático (no deberían abrir nunca más con “Trust”), pero fue en la segunda mitad cuando encadenaron numerosas piezas maestras: “Countdown to Extiction” (con nubes rojas emulando el test de Rorschach), “Sweating Bullets”, “Symphony Of Destruction” (apabullante montaje de rostros de políticos y dictadores del siglo XX, de Bush Jr. a Gaddafi, Mubarak o Hitler), “Peace Sells”, con la aparicion tan breve como estelar de Vic, su Eddie particular; o una “Holy Wars” con sabor a gloria. Renacidos.

Los Avantasia de Tobias Sammet cerraron ante una audiendia menguante. Una propuesta nada desmerecedora aunque perjudicada por el timeline que se benefició de ilustres vocalistas como Michael Kiske, Eric Martin de Mr. Big, Bob Catley de Magnum y Ronnie Atkins de Pretty Maids. Con todo, aún siendo un cartel más limitado y descompensado que el de años anteriores y de la sensación, una vez más, de estar ante un concierto de Iron Maiden con teloneros antes que en un auténtico festival, balance global más que positivo.

Texto: David Sabaté / Fotos: Eduard Tuset
Versión íntegra de la crónica publicada en Mondosonoro en julio del 2013