«A finales del siglo XX dejé de ser humano». El propio Nick Cave lo deja claro desde el minuto uno del documental (¿o deberíamos llamarlo ficción?), antes de levantarse de la cama. Es su día 20.000 en la Tierra y una cegadora luz blanca inunda la estancia como si estuviéramos en el interior de una nave espacial que acaba de abrir sus compuertas.
Una referencia que remite fugazmente a un Bowie extraterrestre pero también cotidiano (los planos de Cave escudriñando su rostro frente al espejo del baño recuerdan al videoclip de «Thursday’s Child»), y que convierte al australiano en un personaje de ficción que desempeña un papel en el teatro de su bipolar vida: la del padre, marido, amigo y ciudadano corriente que paga sus facturas; y la del músico y compositor con maneras de rock star icónica y admirada.
Lo que sigue es un hipotético día cualquiera en la vida del cantante: un itinerario de tonalidades y atmosfera lynchianas, entre la vigilia y el sueño, con paradas en los escenarios habituales de su día a día.
Las hay profesionales: las tomas de «Higgs Boson Blues» y, especialmente, de «Push the Sky Away» en el local de ensayo y el estudio de grabación son delicadamente estremecedoras. «Hay un momento, mientras compones, en el que las canciones aún no han sido domesticadas, permanecen salvajes y solo puedes entregarte a ellas y dejarte llevar. Nuestro reto es capturar ese momento en el estudio». También hay espacio para la amistad y la diversión: la comida en casa de Warren Ellis, repleta de anécdotas («debes haber comido más veces conmigo que con tu mujer», exclama su mano derecha y líder de Dirty Three); y para los momentos íntimos: la escena en el archivo fotográfico del compositor conecta mediante un hilo invisible con el profundo miedo de Cave al olvido (“nuestros recuerdos son todo lo que tenemos”).
«Parecías un ángel», le dijo su difunto padre tras verlo en directo por segunda y última vez antes de morir. Una ausencia muy presente. Cave tenía sólo 19 años. La declaración culmina una de las escenas más emotivas de la cinta, la de su cita con el psicoanalista, en la que creemos acceder un poco más al mundo interior del músico. No sabemos si hay guión o si estamos efectivamente ante una apertura espontánea y natural. Una dicotomía que perdura durante toda la cinta, parábola de la artificialidad del rock, la imagen y la fama.
Y conectando unas escenas y otras, Cave nos conduce en unos oníricos trayectos en coche en los que aparecen y desaparecen, como copilotos fantasmales, personajes tan importantes en su trayectoria musical como su ex-colaborador Blixa Bargeld o Kylie Minogue, con quien interpretó la exitosa “Where the Wild Roses Grow”.
Todo ello desemboca en el apabullante crescendo en directo de “Jubilee Street”, sublimación del proceso creativo mostrado en la película. Sin espectador no hay obra de arte. Su directo, capaz de combinar susurros, pianos, violines y estallidos eléctricos de forma coherente, dibuja un clímax salpicado de reflexiones existenciales que, por una vez, no suenan importadas. Si alguien puede hablar de perdurar y del recuerdo que nos mantiene vivos, «como una pequeña y temblorosa llama capaz de cambiar el mundo», ese es, sin duda, Nick Cave; un músico tan elegante y romántico como furibundo y descarnado. «20.000 Days on Earth» es un documental genuinamente irreal, mágico y vibrante hecho, como los trajes de los Bad Seeds al completo, a su justa medida.
Texto: David Sabaté
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