Merecedora de todos los elogios ocultos en el vocabulario de la R.A.E., “Magical girl” dispone nada menos que del metraje que debe destacar como la renovación del lenguaje cinematográfico estatal: un ansiado punto y aparte a una época dominada por un cine español debilitado por falta de compromiso.
Carlos Vermut renueva el pulso narrativo y la visión desacomodada; adquiere dotes de maestro elevando el drama a sus más álgidas cumbres con un presupuesto reducido a los límites de lo posible, demostrando a cientos de valores potenciales que realizar cine en un país como el nuestro sigue siendo posible.
Mediante el uso de intrincadas elipsis, el filme se sirve de un drama de cariz social como el cáncer infantil para impulsar su desarrollo argumental a través de tres capítulos que, en su intersección, desembocan en un thriller lastrado por la codicia. Vermut, pero también Luís López Carrasco, Chema García Ibarra o Marçal Forés, son las sorpresas de este año por las que merece la pena volver a creer en el cine hecho aquí.
Hablando de Forés, su filme “Amor eterno” probablemente sea uno de los títulos más impactantes de Sitges, de los certeramente más equilibrados en fondo y forma, que va directo al grano en busca de una estética rica pese a los escasos medios. Filme en el que se exploran tabúes indagando hasta su propia génesis, que despierta los sentidos más ocultos del espectador mediante un portentoso uso de la cámara.
Destacan interpretaciones más que correctas -dentro de los parámetros de la experiencia-; una banda sonora a cargo de Don The Tiger (el malo de la película, aka Adrián de Alfonso) que se adapta como un guante de seda a la imagen y una dirección fotográfica de inmensos exteriores nocturnos a cargo de Elías M. Félix.
Un universo paralelo que explora una juventud, sus afinidades más insanas, el sexo sin cuartel y las consecuencias que conlleva, rotando su argumento hasta los límites del desquicie. Que sí, que es más oscuro que cualquier otro de los trabajos internacionales presentados a concurso en el festival.
Si nos vamos al palmarés, “Ich seh, Ich seh (Goodnight mommy)”, del dúo formado por Severin Fiala y Veronika Franz, es de los que requieren alabanzas y no sólo por haber sido apadrinados por Ulrich Seidl (el cineasta puso la mano en la producción), sino por la entrega de un filme con secuencias que marcan la memoria, indagando en los traumas de la infancia y el declive de la pérdida de la inocencia, muy en la onda de otro clásico del festival como Philip Ridley y su memorable “The reflecting skin” (1990) .
El filme de Fiala y Franz proporciona la combinación perfecta que deriva a la brutalidad física pasando por una inestabilidad psicológica de sus personajes: dos pequeños gemelos convencidos de que su madre no es realmente su madre. Un filme que incrementa la tensión hasta un crescendo de proporciones sádicas con una dirección de arte y fotografía sublimes. Mención especial al vestuario, esas máscaras que sacarían los colores al mismísimo Robin Hardy.
En otra sintonía está la propuesta de la cineasta iraní afincada en Los Ángeles Ana Lily Amirpour, que otorga una nueva visión al cine de vampiros con una refrescante película en sintonía pop. Pese a ser su debut como directora, Amirpour destaca por su gran absorción de la narrativa con pinceladas de comedia de situación de los primeros filmes de Jarmush, y consigue dar la vuelta a la tortilla con maña.
“A Girl Walks Home Alone at Night” está espiritualmente conectada con “Stranger than Paradise” (1984) o “Down by law” (1986), aunque ofrece una nueva perspectiva argumental con esa estética rock 50’s (claro). Su cuidada -revisitada- fotografía en blanco y negro y un previsible desenlace no evitan que el filme se disfrute de principio a fin. Cualquier fan de “Lost Boys” (Joel Schumacher, 1987) y el Tom Waits de “Rain dogs” debe tirarse de morros a por esta película.
“Aux yeux des vivants” fue la vuelta revuelta de otro dúo: Alexandre Bustillo y Julien Maury, dos de los nombres de peso, con firma francófona, que han dictado más debates post-visionado y removido más entrañas a lo largo de su andadura, sobre todo en Sitges.
Se les quiere, se les adora, pero su nueva propuesta con vistas a saga no pudo ser más vacua: otro slasher de alto voltaje técnico (grandes efectos visuales), pero con un guión inconsistente que deambula entre el filme de terror infantil -véase “The Goonies” o “Stand by me”– y el serial killer de leyenda urbana hecha realidad.
Hay mucha acción, vísceras y sangre fluyendo a borbotones como en su gigantesca obra maestra “À l´intérieur” (2007), con una estética similar, pero sin un desarrollo de guión tan rico en originalidad. Más bien parece una teleserie de sobremesa pasada de vueltas. De todas formas: respeto.
Texto: Matías Bosch