Kiss. 21-06-2015. Palau Sant Jordi. Promotor: Live Nation
El gran circo del rock, el espectáculo total de los legendarios Kiss, desembarcó de nuevo en Barcelona cinco años después de su anterior visita. Nos invadió una intensa sensación de déjà vu, provocada por un show tan efectivo y único como estudiado y prácticamente invariable, incluidos sus teatrales, reincidentes y ineludibles números extramusicales.
Paul Stanley volvió a cruzar la pista en una tirolina a escasos metros sobre las cabezas de la audiencia y Gene Simmons, cual demonio de cómic, volvió a escupir sangre y distorsionadas notas de bajo mientras «volaba» hasta una plataforma en las alturas. Su estampa de tonos verdes y rojos nos hizo viajar a otra época, en sintonía con los clásicos de terror de la Hammer, era casi como estar ante leyendas como Bela Lugosi o el recientemente malogrado Christopher Lee.
Para los memos avezados con el cine de horror clásico, ver a Kiss en acción sigue siendo una experiencia visual e iconográfica interesante, con cuatro tipos surgidos de unas coloristas viñetas, o de una cinta vintage de ciencia ficción: extraterrestres, superhéroes, personajes de ficción, en definitiva, cercanos a sus propias action figures. El maquillaje, ocultador de arrugas, y los numerosos focos de colores planos, acrecentaron la sensación de viaje en el tiempo.
Musicalmente, lo suyo es un viaje al corazón del glam, el hard rock y el heavy metal de los setenta, especialmente en esta gira, en la que celebran sus cuarenta años de trayectoria rescatando todo su arsenal de clásicos y dejando a un lado incorporaciones poco más que anecdóticas, como en su anterior gira de presentación de «Sonic Boom”.
Empezaron sin tregua con «Detroit Rock City», sonando algo confusos y embarullados, y con la guitarra de Tommy Thayer diluyéndose por completo en un par de ocasiones, pero la cosa fue mejorando al ritmo de hits como «Love it Loud», «Creatures of the Night», «Lick it up», «Love Gun» o las finales «I Was Made for Lovin You» (de incomprendida en su momento a demandada e infalible rompepistas) y «Rock and Roll All Nite», el fin de fiesta (o inicio, según se mire) definitivo, con llamaradas, pirotecnia y confetti envolviendo a los eufóricos asistentes en una burbuja casi irreal.
De acuerdo, lo que antes era fascinación genuina, sorpresa sincera e incredulidad adolescente, se ha convertido en atracción por la magia artesanal de trucos visibles y en reivindicación nostálgica de un pasado, en el caso de muchos asistentes, no vivido. Kiss no tuvieron su mejor noche, en cierta manera fueron a cumplir el expediente, pero verlos en directo es, irremediablemente, amarlos. Con todas sus virtudes y defectos, el circo del rock’n’roll en su máxima expresión.
Texto: David Sabaté / Foto: Eduard Tuset