Como ya se habrán enterado -¡cómo no hacerlo!-, esta semana ha sido la semana de Regreso al futuro -con permiso del estreno del trailer definitivo de la nueva Stars Wars-. Para ser más exactos, ha sido la semana a la que Doc y Marty McFly viajaban al final de la primera parte de la trilogía de Robert Zemeckis, ese futuro de coches y monopatines voladores imaginado en la segunda parte de la saga y que arrancaba un 21 de octubre de 2015.
El presente artículo no pretende ser un homenaje más al legado fílmico y al significado generacional de una de las sagas más icónicas de los ochenta; creemos que eso está fuera de toda duda. Más bien es una reflexión sobre lo ocurrido alrededor de la efeméride durante estos últimos días.
Estamos hablando de los miles y miles de post y comentarios que han inundado las redes sociales durante buena parte de la semana, y, sobre todo, de las reacciones que ha generado, en especial, las quejas por parte de algunos: que si ya está bien, que si esto no es importante y otras estupideces varias. Y nosotros nos preguntamos: ¿Qué es importante y qué no lo es? ¿Para quién? ¿En base a qué escala de valores y prioridades? Ya no entramos en quién busca, hoy en día, cosas importantes en las redes sociales, algo que daría para otro debate.
Lo más triste de todo es que a aquellos más tóxicos con este tipo de cuestiones -ya sea difundiendo o criticando, tanto da- les da un poco igual estar hablando de Regreso al futuro que del último cotilleo o de cualquier tontería que hayan leído un microsegundo antes en Internet. Forma parte de la dinámica actual -para algunos, la necesidad vital- de estar hiperconectados y de formar parte del «tema del momento» (ya no del día), de los likes compulsivos, de comentarlo y tener una opinión de absolutamente todo sin saber muy bien de lo que se está hablando… Estamos envueltos de un ruido constante, vacío e incluso poco entretenido con fecha de caducidad.
No hace falta tener una opinión de todo ni intentar tener voz en todos los debates. No pasa nada si no se está ahí. En este sentido y por una vez, desde Goliath Is Dead defendemos el silencio y la autocensura, sobre todo en los temas que uno no controla. Aunque eso no sucederá y está bien que no suceda: todo el mundo puede decir lo que quiera -o casi- en las redes sociales. Y es bueno que así sea, aunque ello nos obligue a seguir tirando de filtros y silenciando a aquellos sujetos más molestos. No nos quejamos, excepto cuando se quejan los menos indicados.
Me juego lo que quieran a que muchos de ellos ni vieron la película en los ochenta, ni se emocionan con su banda sonora, ni desean que los padres de McFly se besen o que el relámpago alcance el reloj de la Plaza del Ayuntamiento. No pasa nada, cada uno ha crecido y se ha educado visual y emocionalmente con lo que ha tenido a mano o con lo que ha podido.
¿Eso les da menos derecho a compartir lo que piensan sobre la saga? Si fuéramos políticamente correctos deberíamos decir que no, pero preferimos decir, claramente, SÍ: porque no aportan absolutamente nada, distraen y, en el peor de los casos, intoxican e intentan desvirtuar algo que está muy por encima de lo que ellos creen importante, ya sea el sandwich o plato de diseño de turno, el absurdo selfie del día o la enésima manifestación de ombliguismo o pornografía emocional. Todo ello habrá desaparecido del timeline de nuestro muro en un instante, mientras Regreso al futuro seguirá donde le corresponde: en la memoria colectiva de esta y de futuras generaciones.
Un ejemplo más (probablemente ya caduco, ¡han pasado cuatro días!) de la democracia virtual convertida en tiranía de la masa, demasiado a menudo, con perdón, sin demasiado criterio.