
No parecen buena gente… ni lo son. Fuente: blogs.indiewire.com
Green Room. Dir: Jeremy Saulnier
Green Room llegó al último Festival de Sitges precedida por elevados rumores y buenísimos comentarios tras su paso por Cannes. Un hype creado alrededor de la cinta que asustó a su propio director y guionista, Jeremy Saulnier (Blue Ruin), como comentó medio en broma en la presentación de la película en el certamen catalán.
Y lo cierto es que, tras su visionado, uno puede entender, en parte, los motivos para tal revuelo. Estamos ante un estilizado cruce entre thriller y terror que narra la historia de un grupo de jóvenes atrapados en un espacio reducido acorralados por una amenaza letal y muy real.

Pacifistas… hasta cierto punto. Fuente: vimooz.com
La singularidad, aquí, reside en que las víctimas de la historia son un grupo de música hardcore, los Ain’t Rights, más bien de izquierdas; y el psicópata de turno, una banda de neonazis. Un escenario inmejorable, vamos. Sobre todo tras la versión que los protagonistas interpretan de la canción ‘Nazi Punks F–k Off’, de Dead Kennedys, en un club repleto de nacionalsocialistas. Se respira amor en el ambiente.
Green Room es un título cien por cien Sitges, con sus dosis de violencia seca y angustiosa, sus acertadas notas de humor, una localización claustrofóbica, notables interpretaciones (destaca Patrick Stewart como líder skin) y una excitante narración que arranca como el diario de gira de una banda en la carretera y termina como un survival horror salpicado de adrenalina, miedo y sed de venganza.

Ain’t Rights, en el escenario… ¿por última vez? Fuente: tiff.net
Puede que a los menos familiarizados con el contexto musical de la historia -el hardcore, el punk o el día a día de una banda rock underground– disfruten menos con algunos de sus detalles. Pero a los que conocemos este tipo de dinámicas, sonidos y ambientes, ingredientes como la entrevista con un joven reportero, el moshpit, filmado a cámara lenta, desde su interior, durante una de las actuaciones -¿la última?- del grupo protagonista; o escuchar de fondo a Slayer en una de las escenas en el backstage, nos ha hecho sonreír con complicidad.
De todas formas, Green Room funciona por sí sola sin necesidad de compartir contexto. Los encendidos aplausos y reacciones durante sus distintos pases en Sitges dan buena fe de ello. Sorprende que finalmente, contra todo pronóstico, no figurara en su palmarés, aunque, pensándolo bien, tampoco lo necesita para convertirse en la pieza de culto que ya es.
Texto: David Sabaté
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