Rob Zombie suele dividir opiniones: el tópico «o lo amas o lo odias» parece encajarle como anillo al dedo a su obra. Desde su opera prima, la psicodélica y pesadillesca La casa de los 1.000 cadáveres, hasta su controvertida Lords of Salem, la única de sus cintas que probablemente ha aunado de forma más unánime a público y crítica ha sido The Devil’s Reject, de 2005.
Tras el notable reboot de Halloween -por mal que le pese a su malcarado creador, Mr. John Carpenter- y sus experimentos formales posteriores, exhibidos no sin polémica tanto en la secuela del psycho killer enmascarado como en la citada Lords of Salem, Zombie ha optado aquí por recuperar el bizarro terror trash, acarnizado, cruel y sin paliativos de sus orígenes.
La forma sigue imperando, pero su salvaje contenido irrumpe con fuerza bien pronto. En resumidas cuentas: un grupo de amigos de un pequeño circo ambulante que recorre en furgoneta la América profunda caen en manos de unos descerebrados psicópatas que, contratados por un élite social liderada por Malcolm McDowell que remite tanto a Hostel como a Eyes Wide Shut, organizan un día al año -el 31 de octubre del título- un macabro juego: una caza humana en la que tan solo los más fuertes sobreviven.
Y hasta ahí. No porque no podamos contarlo, sino porque los personajes y la trama no dan mucho más de sí. Afirma el realizador que esta vez quería ir al grano, un afán que parece haberle hecho olvidar por completo de sus protagonistas. Ese acaba siendo justamente uno de los peores errores de la cinta, que no logra mantener el interés y que se articula como una sucesión de violentas escenas de lucha por la supervivencia que impactan visualmente pero no te hacen sufrir por la vida de los implicados.
Aunque la estética sigue siendo poderosa y deliciosamente retro, la cinta acaba decepcionando excepto por tres momentos: el monólogo inicial en blanco y negro de Doom-Head, letal mercenario interpretado por un destacable Richard Brake (Batman Begins, Game of Thrones); la brutal carnicería de los payasos con sierras eléctricas; y la épica escena final con el ‘Dream On‘ de Aerosmith a toda mecha, a la altura del ‘Free Bird’ de Lynyrd Skynyrd del clímax de The Devil’s Reject.
Un pequeño tropiezo con fragmentos aprovechables que ensombrece pero no invalida una trayectoria fílmica atrevida y con personalidad.
Texto: David Sabaté