‘La llegada’, adiós al lenguaje

'Arrival', de Denis Villeneuve

Amy Adams, intentando establecer contacto. Fuente: latimes.com

La ciencia ficción era esto. Saturados de historias épicas, acción explosiva e intercambio de disparos láser, la última propuesta de Denis Villeneuve –responsable de Sicario, Enemy y la esperada Blade Runner 2049– ofrece una de esas cintas de género inteligentes y con vocación realista que nos llegan, con suerte, cada uno o dos años.

Estamos hablando del mismo terreno por el que transitan películas de calado emocional y científico como Interestellar, Contact, I Origins, Solaris, Ex Machina o Another Earth. Un tipo de propuestas que, a priori, siempre tendrán nuestro favor, aunque no de forma incondicional.

'Arrival', de Denis Villeneuve

Ovnis aparcando con estilo. Fuente: rirca.es

Por suerte, La llegada tiene muchos elementos que suman hasta convertirla en un filme especial: un planteamiento realista y original –¿de qué manera podríamos comunicarnos con los extraterrestres recién llegados a nuestro planeta?–; un diseño de producción detallista y elegante; una cuidada fotografía con ecos a Terrence Malick sin caer en el exceso; una banda sonora emocionante a cargo de Jóhann Jóhannsson y una interpretación excelente y repleta de matices por parte de la ubicua Amy Adams, tan desorientada y fascinada como el espectador.

Asimismo, la película plantea con acierto cómo reaccionarían los distintos estamentos sociales, intelectuales, políticos y militares ante una situación tan excepcional como la presencia de doce objetos voladores no identificados estacionados en distintos puntos del planeta y, de paso, nos permite volver a ver –y a mirar– a los aliens como verdaderos aliens. Aunque, por encima de todo, es una lúcida reflexión sobre el lenguaje y cómo este determina nuestra manera de pensar, incluso nuestra estructura cerebral y nuestra percepción de la realidad.

'Arrival', de Denis Villeneuve

Louise (Amy Adams), a punto de traspasar el espejo. Fuente: hypebeast.com

Una premisa llevada de forma sutil pero brillante hasta sus últimas consecuencias, con un giro propio del mejores Nolan y Shyamalan, y que sintoniza con sensaciones y preocupaciones muy reales y cotidianas con las que resulta casi imposible no conectar. Emotiva, visualmente memorable y con un subtexto que invita a reflexionar sin aleccionar. Futuro -y presente y pasado- clásico.

Texto: David Sabaté