
‘Los bosques imantados’, de Juan Vico. Fuente: casadellibro.com
Un halo onírico, irreal, como un hechizo que condenara a vivir entre el sueño y la vigilia, envuelve el trayecto de Victor Blum, periodista con la misión de cubrir la concentración de curiosos, devotos y mediums anunciada en el bosque de Samiel con motivo de un eclipse lunar. Juan Vico se sirve de esa premisa, ambientada en la Francia de finales del siglo XIX, para exponer la dicotomía entre ciencia y magia, entre hechos empíricos e improbables, entre la fe y el mundo racional, poniendo al límite la incredulidad del propio protagonista (y la nuestra) ante unos hechos misteriosos y de difícil argumentación.
Desde su arranque en un carruaje al estilo, salvando distancias, de Los odiosos ocho, que sirve a Vico para desplegar el corpus conceptual y teórico de la novela mediante una larga y erudita conversación, su prosa elegante y precisa, y sus trazos de novela negra (con cadáver exquisito incluido) van edificando un relato intrigante, envolvente, adictivo.
Los bosques imantados (y su tesis subterránea) bascula entre la luz de la razón, la oscuridad de los enigmas sin respuesta y el intento de Blum por desenmascarar a posibles embaucadores que se aprovechan de la ignorancia popular. De paso, el autor teje una fina crítica a la corrupción (variante opacidad informativa) de las autoridades locales, que bien podría extenderse a la actualidad.
Un libro con más subtexto del aparente con ecos, probablemente inconsciente, a títulos cinematográficos colindantes como El truco final, Sleepy Hollow o Luces rojas para construir algo totalmente distinto y personal. Un número de magia hipnótico, de los buenos, de aquellos que parecen no tener truco.