
‘Jupiter’s Moon’, de Kornél Mundrizczó. Fuente: sitgesfilmfestival.com.
JUPITER’S MOON (Kornél Mundruczó, 2017). Oficial Fantàstic Competició – Sitges 2017
Premios a la Mejor Película y Mejores Efectos Especiales
El cielo sobre Budapest
Que el cine fantástico es mucho más que entretenimiento y efectos especiales es, a estas alturas, algo fuera de toda duda, aunque de vez en cuando conviene recordarlo y ponerlo en valor. El cine y la literatura de género pueden ejercer esa función, claro está, pero desde sus inicios, de Julio Verne a Isaac Asimov o George Orwell, de Metropolis (Fritz Lang, 1927) a El cielo sobre Berlín (Wim Wenders, 1897), han sido terreno fértil para lecturas anticipadas a su tiempo sobre futuros progresos de la civilización y la tecnología, así como un campo abonado para reflejar la realidad social e histórica del momento en clave distinta, a menudo con una enorme capacidad sugestiva y mayor permeabilidad en ciertos sectores de la audiencia.
Jupiter’s Moon, la última película de Kornél Mundruczó, a quien muchos conocimos con la original y también alegórica White God (2014), pertenece claramente a ese tipo de aproximación al género para retratar el drama de los refugiados sirios que intentan cruzar la frontera húngara desde Serbia. Su arranque, que podríamos enlazar con el desenlace de El hijo de Saúl, pronto abre las puertas a lo fantástico: Aryan, un joven que intenta traspasar la frontera con Hungría es abatido a tiros por la policía pero, lejos de morir, momentos después se alza decenas de metros sobre el suelo en un vuelo inexplicable. Al descrubrir sus habilidades, el doctor Stern, antihéroe arquetípico, corrupto y con problemas con el alcohol, le ayudará a huir del campo de refugiados para explotar económicamente el don del muchacho, y ambos serán perseguidos por un impacable inspector de policía.
La cinta, que puede seguirse por momentos como un thriller al estilo de El fugitivo, con una espectacular persecución de coches filmada en plano secuencia (como tantas otras escenas), resulta visualmente magnética y apabullante, en especial en las escenas de ingravidez, rodadas sin croma, de forma real. En ellas, el espectador gira en el aire junto al protagonista, perdiendo toda noción del espacio y la la orientación; dejarse llevar por la belleza de sus imágenes y por la penetrante banda sonora que las acompaña consigue una extraño efecto: que contemplemos el mundo de otra forma, desde el cielo, ajenos a sus, a menudo, extrañas y absurdas convenciones.
Equiparar un refugiado con un ángel, algo que no ha caído bien en Hungría, país con un 0% de admisiones de este colectivo, tiene aquí más de un sentido: despoja a esta figura de toda culpabilidad por el mero hecho de huir de un país en guerra; le otorga cierta ingenuidad ante un mundo que no entiende; y, en sus momentos de suspensión en el aire, conseguimos empatizar de forma aún más intensa con un personaje –un colectivo– que se siente totalmente ajeno a un mundo hostil, tan desubicado como un extraterrestre.
A pesar de algunos peros, como ese apunte innecesario y algo tosco sobre el terrorismo, la cinta destaca por su valentía y originalidad y por una factura impecable, dejando imágenes tan poderosas y adscritas ya a Sitges y al género como la primera levitación en la consulta médica. Una película fantástica en todos los sentidos pero radicalmente conectada con la realidad. Abrumadora y necesaria.