
‘Verano del 84’, de RKSS. Fuente: cinescopia.com.
VERANO DEL 84 (RKSS, 2018)
Mucho se ha escrito en torno a 1984 y su importancia para el cine, más concretamente para el de género. El porqué es bastante simple, pues fue el año en el que se estrenaban (atención) Gremlins, Terminator, Cazafantasmas, Indiana Jones y el templo maldito, Pesadilla en Elm Street, Karate Kid, La historia interminable o Superdetective en Hollywood, entre muchos otros grandes ejemplos de lo que a día de hoy entendemos como “cine ochentero”.
Durante los últimos tiempos, la oleada de nostalgia de dicha época nos ha invadido en todos los formatos posibles: desde la recuperación de títulos del momento a través de continuaciones, remakes, reboots y precuelas, a la proliferación de series de televisión y libros que pretenden tener como gancho principal a aquellos adictos a una de las grandes etapas del cine fantástico.
1984 es también el marco en el que se nos presentaba la segunda temporada de Stranger Things, la oda nostálgica por excelencia convertida en fenómeno de masas. Aquí es donde Verano del 84 se convierte en la peor enemiga de sí misma. ¿Por qué? Por el hecho de llegar cuando ya todo parecía estar dicho en esta oleada de amor hacia los ochenta, la cual parecía no tener fin y que podría haber encontrado la luz al final de un eterno túnel, ese en el que no dejan de sonar los sintetizadores y los ángeles gritan tu nombre con cardados imposibles.
Cuando los clichés asustan más que el asesino en serie
Tras sorprender a medio mundo en 2015 con Turbo Kid, RKSS (el trío de canadienses compuesto por François Simard, Anouk Whissell y Joan-Karl Whissell) presenta su segundo largometraje, estrenado de forma mundial en Sundance 2018 y que tras su paso por festivales de medio planeta llega para quemar su último cartucho: el de convencer al público.
Si en su ópera prima, el trío optaba por una distopía ubicada en 1997 que bien servía como tributo a Mad Max, tal y como indica el título de ésta nos vamos hasta el verano de 1984 de Cape May, Oregon, donde la típica pandilla de amigos, cortada a base de los más exasperantes y típicos clichés, se enfrentará a un mal que cambiará sus vidas para siempre. Ni invasiones extraterrestres, ni experimentos científicos: lo que hará que esta enésima encarnación de El Club de los Cinco pierda el sueño es algo mucho más terrorífico y real: un despiadado asesino en serie está sembrando el pánico en la localidad.
Aquí es donde entra en juego el valor de la nostalgia ochentera, y es que no solo cabe hacer mención a Le Matos y su perfecta composición musical para retrotraernos a la época citada, sino que además de tener ante nuestros ojos a ese conjunto de estereotipos (que tan pronto podían ser un nuevo Club de Perdedores, como una serie de descartes de la serie de Netflix sin Eleven a la cabeza), florecen ciertas semejanzas con propuestas argumentales propias del cine de la década.
De La ventana indiscreta a Noche de miedo y Cuenta conmigo
El protagonista, Davey Armstrong, un fanático de las leyendas urbanas y las teorías conspiranoicas, será el principal propulsor de la teoría de que su vecino, Wayne Mackey, podría ser el asesino que ha puesto en jaque a la policía de Cape May. Son dos los títulos que nos vienen a la memoria de forma casi inconsciente. Primero, La ventana indiscreta de Hitchcock por la forma en al que un acto de voyeurismo convierte a los protagonistas en testigos de algo que no debían. Segundo, Noche de miedo, y es que es en la obsesión de Davey con Wayne donde encontramos el símil directo que Charley Brewster establecía con Jerry Dandridge en el título de Tom Holland.
Si en aquella propuesta de 1985 el villano era un vampiro, ahora nos hemos despojado de todo elemento fantástico para acercarnos a la realidad. Porque la nueva encarnación de Dandridge es ahora un peligroso psychokiller que amenaza con poner patas arriba la plácida existencia de un grupo de chavales en la edad del pavo. Nuevamente, el coming-of-age se hace presente rasgando las líneas del cine de género, presentando la ansiedad ante la vida adulta con un símil del enfrentamiento directo contra un mal mayor.
El principal problema de Verano del 84, y a diferencia de otros títulos recientes que nos han presentado a preadolescentes cara a cara con un horror similar, y que bien han sido representantes de esta oleada de horror nostálgico como I Am Not a Serial Killer o Supe Dark Times, es el hecho de que RKSS han preferido ocuparse demasiado de todo el empaque de Verano del 84. Porque el film funciona tanto a nivel visual como musical, y puede llegar a ser exquisito en cuanto al cumplimiento de expectativas de ese viaje a un pasado que (seamos sinceros) a todos nos gusta hacer de vez en cuando. Incluso puede colar como remake/crossover inconfeso entre Noche de miedo y Cuenta conmigo. Pero, a diferencia de Turbo Kid, no existe frescura ni personalidad propia en ella. Porque todo lo hemos visto ya antes. Porque 1984 fue un año glorioso. Pero ya fue.