«En los años ochenta, el heavy metal era pop (…). Durante la adolescencia, fue la banda sonora de mi vida, y de la vida de prácticamente todas las personas que me importaban». Esta frase del prólogo de Fargo Rock City resume bastante bien los motivos que llevaron a Chuck Closterman a escribir un libro como este. Su objetivo: reivindicar el denostado hair metal de los ochenta, la versión, ciertamente, más pop –por melódica y popular– del heavy metal.
Glam metal. Pop metal. Glitter rock. La denominación varía según la fuente y ciertos matices. Heavy metal comercial, al fin y al cabo. El que firmaron artistas como KISS, Poison, Bon Jovi, Cinderella, Van Halen, Whitesnake, Def Leppard, Warrant, L.A. Guns, Twisted Sister, W.A.S.P., Ratt, Lita Ford, Faster Pussycat, Vixen y un largo etcétera que incluye, por supuesto, a Mötley Crüe («fueron mis Aerosmith, los cuales seguirían siendo, en última instancia, mis Beatles»); y a Guns N’ Roses («siempre habían parecido más reales que otros grupos (…) En vez de reflejar el estilo de vida del rock ‘n’ roll, lo adaptaron de verdad»).
Mötley Crüe, Guns N’ Roses y el glamour prediseñado
Ambas bandas ejercen como hilo conductor de esta divertida y documentada mezcla de ensayo y memorias personales. Un cruce entre la adolescencia del autor en Dakota del Norte y el auge y caída del heavy metal ochentero aderezado con maneras de irónico estudio antropológico. Ello permite a Closterman abordar multitud de temas serios sin dejar de entretener: desde conceptos como «el glamour prediseñado», que «requiere de cierto elemento intelectual»; al sexismo y el término peyorativo de cock rock; pasando por la violencia (memorable su pasaje dedicado a Slayer), la relación del género con el consumo de alcohol o el satanismo pregonado por Ozzy Osbourne o Marilyn Manson.
Otros pasajes interesantes –por mencionar tan solo algunos– son los dedicados a lo que el autor denomina «la Edad Dorada de las Publicaciones Periódicas», con la irrupción de cabeceras como Kerrang!, Circus, Hit Parader o Metal Edge; y, por supuesto, al papel crucial que jugó la eclosión de MTV y, en especial, el programa Headbanger’s Ball.
Por el camino, Closterman nos regala un sinfín de titulares y otras tantas teorías estimulantes o que, como mínimo, invitan al debate. Por ejemplo, sobre el abismo conceptual entre el punk –después el grunge– y el heavy metal («el punk era perfecto para los perezosos, ya que cualquiera podía participar», mientras que «para poder ser una estrella de rock tienes que parecer una estrella de rock«). O sobre las similitudes y diferencias entre dos iconos pop como Kurt Cobain y Axl Rose: «Ambos ofrecían una imagen que atraía específicamente a adolescentes perdidos y marcados por una ira inexplicable (…) Compartían un elemento humano: parecían reales». De nuevo la autenticidad. Según Closterman, Axl y los suyos ofrecían «una alternativa a los exagerados cuentos de hadas del metal de pelo cardado». Pero el grunge, al fin, lo fagocitó todo.
Y, por supuesto, el firmante de Matarse para vivir (recientemente editado por Es Pop Ediciones) se ríe también de sí mismo y de unos cuantos músicos y bandas. Entre los damnificados encontramos a Glenn Danzig, Extreme, Yngwie Malmsteen, Steve Vai y todos los guitar heroes en general. También a Bono y Morrissey. Ah, y a Metallica y Iron Maiden. Nadie es perfecto.
Van Halen vs Sonic Youth: una mirada transversal
Sucede a menudo. No son pocos los críticos musicales que, tras despreciar el hard rock y el heavy metal durante décadas, se suben ahora al carro (también encajan en este perfil aquellos cínicos que el autor califica como «modernos irónicos que van a la contra», un perfil lo suficientemente complejo como para describirlo en esta reseña). En cualquier caso, unos y otros se acercan al género no desde el respeto o el interés real, sino desde la arrogancia y el complejo de superioridad que otorga ceñirse a los supuestos cánones de lo cool o de molonidad.
Lo más interesante aquí es que, como bregado periodista cultural, Closterman muestra un profundo conocimiento de géneros y escenas musicales más allá del hard rock, algo que no suele producirse a la inversa, aunque eso daría para otro debate. En cualquier caso, ello convierte en más interesantes sus análisis. En este sentido, resulta ilustrativa su recuperación de una cita de Billy Corgan de Smashing Pumpkins: «Van Halen son infinitamente mejores que una banda importante como Sonic Youth, porque la música de los primeros iba destinada a todo el mundo. Nadie se veía excluido de la fiesta». De lo que Closterman extrae que «sin pretenderlo, (Van Halen) tienen más valor social e intelectual que cualquier cosa que Thurston Moore haya intentado enseñarnos».
En esta misma línea, el autor formula varias reflexiones que trascienden todo género musical. Una de las más emotivas: que la música más importante es la que descubrimos a los quince años. Mötley Crüe marcaron la adolescencia de Closterman y por eso, aunque Radiohead sean jodidamente buenos, afirma, nunca podrán emocionarlo como los autores de Shout at the Devil. Y concluye: «Siempre que los eruditos intentan explicar por qué murió el glam metal, insisten en que no era real o no decía nada. Bueno, ciertamente fue real para mi y para todos mis amigos. Y lo que es más importante: sí que decía algo. Decía algo sobre nosotros».
PVP CON IVA 19,95 €
NÚM. DE PÁGINAS 352
EDITORIAL Es Pop Ediciones
TRADUCCIÓN ÓSCAR PALMER YÁÑEZ
PUBLICACIÓN 2011