‘Relic’, horrores de la tercera edad

‘Relic’, de Natalie Erika James. Fuente: sitgesfilmfestival.com

Estrenada en Sundance y producida por grandes nombres como Jake Gyllenhaal y los hermanos Russo (ejecutivos en este caso), Relic ha supuesto el debut soñado para la directora australo-japonesa Natalie Erika James. A Sitges llegó con papeletas de llevarse el gran premio y, aunque finalmente no pudo ser, se llevó una nada desdeñable mención en el palmarés por su fantástica dirección.

Ahora llega a las salas españolas, tras sufrir varios retrasos producidos por el Covid-19, y su recepción vuelve a ser tan dispar como entre los asistentes al festival. Estamos ante una cinta que probablemente se adscriba con más facilidad al drama familiar que al terror ortodoxo, y es cierto que esto entre ciertos sectores sigue arqueando cejas. Aquellos que admiran los trabajos de Ari Aster, Robert Eggers o la también recién debutada Rose Glass encontrarán mucho que disfrutar aquí. No, no hay jumpscares. Y no lo decimos como crítica a las películas que se nutren de ellos. Simplemente son juegos totalmente distintos.

Retrato de tres generaciones

Como en los directores más arriba mencionados, James utiliza el terror como receptáculo y metáfora para ilustrar dramas, conflictos y situaciones humanas de gran angustia que adquieren formas pesadillescas en la gran pantalla. En este caso, nos encontramos nada más y nada menos que ante los horrores de la demencia senil. Cómo lidian las familias con la dolorosa e irreversible situación de que aquellos que nos han criado ven su salud mental deslizarse entre sus dedos.

Para ilustrar todo esto, la directora cuenta con tres actrices protagonistas (Robyn Nevin, Emily Mortimer y Bella Heathcote) que encarnan tres generaciones de mujeres en una misma familia. Es con ellas con las que pasamos la gran mayoría del metraje, y tanto sus actuaciones como el fantástico guión hacen diana en las clásicas situaciones y conversaciones que acompañan este doloroso proceso. El incierto vaivén de normalidad y extrañeza, de cariño y agresividad, de claridad y confusión. Está todo ahí: el desconcierto de la anciana, el pragmatismo de la madre y la ternura de la hija configuran un pathos propio de las grandes obras dramáticas. Y todo a través de la lente de lo sobrenatural.

Preciosismo atmosférico

La minuciosidad a la hora de encontrar situaciones y conversaciones clave para representar este proceso en apenas 90 minutos es crucial. Y no sólo la película borda la elección de esas «instantáneas» narrativas, sino que además estamos ante un trabajo formidablemente sensorial. Desde la primera secuencia el sonido y la fotografía están al máximo nivel, y juegan un papel crucial a lo largo del filme a la hora de transportarnos a un lugar frío, oscuro, húmedo y hostil. La iconografía y los encuadres están tan milimétricamente medidos como los diálogos, y el diseño sonoro se presenta increíblemente cercano, asfixiante y áspero. Su capacidad evocativa, tanto en la abstracta música (obra de Brian Reitzell, creador entre otras de la inquietante banda sonora de la serie Hannibal) como en el tangible sonido directo hace que sea toda una experiencia visualizarla en la gran pantalla.

‘Relic’ vive y respira ante nosotros. Su alegórica figura de los trastornos de la edad, en forma de calamidad ancestral, se extiende hacia el espectador como el moho reptante que plaga la casa de la anciana. Nos acerca al espanto de tus propios recuerdos fallándote. El temor a algo que crece, dentro de ti, antiguo e implacable. El falible laberinto de pensamientos y recuerdos tan bien ilustrado en ese tercer acto, estrechándose y oprimiéndote. Y en medio de ese indomable rito, tu familia. Tan humanos como el resto, sin saber cómo lidiar ni cómo disociar la enfermedad del enfermo. Intentando comprender algo que no se puede combatir, que no se puede erradicar, que trasciende la condición humana. El deterioro. El paso del tiempo.